Son las once y cuarto de la noche del domingo y ya estoy metido en la cama bajo dos edredones, con bufanda y con la luz reflejando en la fina película de Vicks Vaporub sobre mi tocha. Las gripes deberían estar prohibidas los fines de semana. Acabo de llegar de casa de mi vecina, de tomarnos unos lingotazos de coñac. Esta es otra vecina, no la de los largos en el lago, y al menos le dobla a esta en edad. Al principio me asusté un poco cuando me abrió en bata, pero por suerte no degeneró en finale alfredolandesca la velada.
Además de la garganta y la nariz, tengo fastidiada un poco la clavícula. Ayer vinieron unos chicos de Helsinki a entrenar con nosotros 'sistema'. Ellos ya eran muy expertos y fue muy bueno aprender de ellos. Lo malo es que sabían muy bien como dar tortas y a mí me cayó un puñetazo de los de Bud Spencer desde arriba en el lado derecho que me dejó sentado en el momento. Luego confraternizamos en una sauna al lago, cenando en el Plevna y después con unas cervezas, pero el cuerpo sigue hecho una caquita. Y hoy, para acabar de curarme, hemos estado jugando una hora tres contra tres al futbol. En fin, peor parados salieron los dos tipos que ayer buscaban bronca y fueron a meterse con tres de los chicos de sistema de Helsinki… Karma express, jajaja.
Mientras tanto el otoño sigue haciendo estragos.
Los días se acortan, y los escasos soleados se alternan con tormentas y lluvia. El otro día, a pesar de estar cerradas las ventanas de mi balcón, la tormenta hizo que cayese la maceta que tenía colgada allí, la madre de casi todas las plantas que tengo en casa. Ahora está en cuidados intensivos, a ver si sobrevive a esta. Por suerte el fin de semana pasado no fue tan malo y los amigos de Pedro que vinieron a animar al Racing de Santander en su duelo-plomazo contra un equipo de Espoo lo pasaron muy bien en Tampere y Helsinki. Aquí tuvimos visita de rigor a la sauna de Kauppi y luego salida de treintañeros acabados.
Con decir que lo mejor fue el Ingo jugando a sintonizar Radio Tokio en las domingas de una amiga rusa que le sacaba unos 10 kilos…
También hace unas semanas que se acabó para mí un sueño de verano. Mis padres me animaron a presentarme a la selección de astronautas que tenía la agencia espacial europea. Al principio no quería, las probabilidades eran muy bajas. Pero si de vez en cuando echamos una lotería con los amigos, por qué no jugar a esta? El caso es que me puse a rellenar la solicitud y a pasar las pruebas médicas previas que exigían… y al mes o así me invitaron a Hamburgo a hacer los psicotécnicos. De las 10000 solicitudes habían cogido una de cada 10 para la siguiente ronda y a mí me había tocado! Después de los psicotécnicos todos salimos hechos polvo, mucha tralla para el cerebro. Pero al pasar unos días (tardaron más de un mes en decirme que ‘gracias por su interés, pero…’) ya se me habían olvidado los fallos y la esperanza secreta se convertía en ilusión. Creo que fallé sobre todo en las pruebas de memoria, que yo la tengo como la de un pez de acuario. Por lo menos durante unas semanas de incertidumbre disfruté de la ilusión que da la posibilidad de que una posibilidad remota salga bien y me alegro de que mis padres me animaran a ello. Así que a seguir dando la tabarra con los pies en la tierra!
Con estos antecedentes procedí con cierta desconfianza cuando hace un rato encontré un paquete de jamón ibérico en mi nevera. Se había quedado entre la pared y los cajones fruteros y tenía ya más de un año en la nevera. Estaba envasado al vacío, pero la grasa se había solidificado y tenía toda la pinta de haberse puesto rancia en todo este tiempo. Qué hacer con un jamón que no puedes ofrecer a tus amigos por si está pasado, pero que da pena tirar, por ibérico? Pues probarlo. Al principio, recién sacado de la nevera, no sabía a mucho… pero poco a poco se fue derritiendo la grasa. Los pegotes blancos se licuaron y las lonchas de tapas brillaban con todo su esplendor de nuevo. Qué placer tan grande! Las finas vetas de tocino entre la carne rosa, que le dan ese sabor tan especial y esa consistencia única. Ponía una lonchita sobre la lengua y la aplastaba con el paladar y … se deshacía, liberando el sabor a dehesa y bellota, a cochinarro de pata negra y corredor. Ese sabor que llena la boca y que se queda en la garganta una vez tragado el bocado, esperando a ser enjuagado por un buen vino. Puede haber placeres tan intensos, pero seguro que no son tan repetibles como este. Basta con meterse otro pedacito en la boca, al menos mientras dure el paquete. Y qué bien cuando de vez en cuando te topas con tapitas que están un poco más curadas y que tienes que masticar un poco, pudiendo así alargar los segundos de disfrute… Y lo mejor: TODO PARA MI!
Y esto es todo, amigos. Como dice el gran Bárdulo o Bardulio JP, cuídense y no olviden zamparse todo el jamón ibérico que puedan. Mucha mejor recomendación y en versión castiza que la del querido Superratón.