12.11.07

SPB'99 (3/4)

12.11.99

Ya estamos aquí de nuevo, con las neuronas quemadas de tanto trabajar hoy. Anoche hubo Sauna y nos hicieron cantar en finés. Los coros los seguíamos muy bien, pero para las letras nos dejaron unos libritos de canciones, como los de las iglesias y allí, con dos narices, leíamos lo que ponía y no sabíamos ni lo que significaba. Con eso de la sauna me acosté a las tantas y hoy tuve que levantarme pronto para poner la lavadora y para nadar y después de nadar pasar el día de charla. Por cierto, ayer tuve presentación en la clase de francés y lo que debió haber sido un corto relato acerca de este verano acabó siendo una charla de casi dos horas. Pero por lo menos no fue aburrido y participaron todos.

Pero vamos a lo que interesa, que es el tercer día del viaje relámpago a Rusia.

Cada vez lo veo más difuso, pero si no me equivoco, habíamos dejado la historia en la noche de los dos rusos. Pues prepárense, que viene el sábado...

Po' la mañana nos despertó José aporreando la habitación. Si no nos dábamos prisa perderíamos el desayuno! Sin tiempo siquiera a pensar una respuesta digna, Marcos y yo seguimos durmiendo. Claro está que nos perdimos la excursión a un palacio con el autobús, pero tampoco teníamos pensado hacerla, así que nos levantamos felices a eso de mediodía, nos vestimos y nos agrupamos en busca del sábado glorioso. Salimos del hotel José, Marcos y Loren por Valencia, Carlicos por Zaragozica, Claudia por Alemania, Gaby por México y yo por que no me quería quedar solo en el hotel. La intención era visitar el famoso Hermitage, palacio-museo que no nos había dado tiempo de visitar hasta entonces, pero no habíamos establecido un plan, así que eramos flexibles. Como no nos apetecía andar, nos subimos al primer tranvía que pasaba en dirección centro. De nuevo la suerte estuvo de nuestro lado, ya que, aunque el tranvía hacía algunos amagos de irse hacia una zona que no nos interesaba, al final nos acabó dejando en la Universidad, que está justamente al otro lado del río, pero detrás del Hermitage.

Sopesamos la posibilidad de comer en la universidad, pero como ya nos había salido bien la apuesta del tranvía, decidimos arriesgar también con la comida. Al no haber desayunado nada decente, nos decidimos a buscar algún sitio para menear el bigote cerca de la universidad, para ver si los precios también eran universitarios. Lo primero que encontramos fue una oficina de correos, lo que nos vino fantástico, ya que teníamos algunas postales que enviar y así lo hicimos cuando fuimos capaz de expresarle nuestros deseos a la señora de la oficina de correos. Callejeando nos encontramos con varios mercadillos en los que se podía comprar de todo. Al final vimos un mercado como los que hay en España, y me imagino que en el resto del mundo también, dentro de una nave enorme y varios puestos. Una parte estaba dedicada sólo a patatas, la otra a frutas y productos frescos. Y allí ocurrió lo inconcebible para quién me conozca. Comí queso y dátiles y encima repetí porque me gustaban los dos. De hecho la caja de dátiles era mía... Hay constancia fotográfica de ello, si el carrete está siendo revelado correctamente. Cuando cada uno hubo finalizado sus compras y saciado un poco su hambre, proseguimos el camino, fijándonos en los cafés por los que pasábamos.

De pronto nos adelantó un militar apresuradamente, de esos militares rusos que parece que en vez de gorro militar llevan un plato de servir pavos de lo grande que son sus gorros, y se metió en un café de los que están a altura de entresuelo. Casi no hizo falta ni hablar y nos decidimos por ese lugar. Bajamos los cuatro escalones y ante nosotros se presentó un salón de unos 6 x 8 metros, con luz tenue, absorbida por los colores rojos y marrones de los muebles y atenuada también por el humo que había en el bar. Había tres militares rusos en una mesa, tres rusos en otra y otras dos mesas estaban ocupadas. Hicimos el gesto universal "5 dedos juntados por las yemas acercándose a la boca" (comida?) y nos respondieron con el gesto universal "movimiento repetido de cabeza de arriba a abajo" (me parece que este no hay que explicarlo). Sin pensarlo y sin mirar la carta nos decidimos a quedarnos (mirar la carta no sirve de nada si no sabes lo que pone). Nos sentamos en una mesa y, como era pequeña, ocupamos parte de la de al lado, invadiendo la intimidad de un ruso que allí estaba tan tranquilo. No sé como me tocó el papel de pedidor oficial de comida. Ninguna de las señoras hablaban otra cosa que no fuese ruso. Los soldados, con cara de malos de peli de James Bond by Sean Connery me daban sustín, así que tampoco les pregunté a ellos. El chico que estaba en la mesa con nosotros nos trató de echar una mano, pero después de tratar de explicarnos las ensaladas, desistió. Como eramos 7 y había siete platos, resolvimos pedir uno de cada y rotar los platos, como buenos hermanos. Al final, como no había dos, pedimos dos repetidos, a la aventura, y nos pusimos a esperar la sorpresa. Pedimos también un vino del país, pero estaba muy malísimo. Mientras esperábamos fuimos uno a uno a visitar el servicio. Para ir allí había que pagar un rublo y cruzar la cocina en la que pululaban gatos por debajo de los muebles de la cocina. Me imagino a la cocinera quitándole al minino la pata de pollo que luego me pondría a mi en la mesa. A mi no me tocó pagar el peaje, hice uso del servicio y le hice una foto, ya que era minúsculo, sucio, con agujeros en los que en cualquier momento podía salir una rata y una parte que servía de trastero de utensilios para la limpieza. Al salir me veo a las tres mujeres del bar cerrándome el paso, la jefa y la gorda de la cocinera y la gorda de la recaudadora de peajes toiletteales. Entendí algo de fotopankinski o similar y me temí que me quitaran la cámara y sin resistencia, porque la cocinera era del calibre "te meto un guarrazo y no te levantas hasta que te muerda una rata el culo". Al final todo se arregló pagando el rublo de uso de baño, y pude regresar a la mesa. La comida estuvo bien, había una especie de brochetas, salchichas, carne y más. Cada cierto tiempo rotábamos los platos en sentido contrario a las agujas del reloj, siendo al final Gaby quien marcaba el ritmo endiablado que no me permitía casi comer de los platos que pasaban por debajo de mis narices. El ruso que estaba a nuestro lado lo flipó tanto que cuando se fue del restaurante nos dio una tarjeta con sus datos.

Ya se nos estaba haciendo tarde y nos decidimos por ir directamente al Hermitage. Llegamos a él a las 16:30 y como lo cerraban a las 5, no nos quisieron dejar entrar los policías de la puerta. Para mis adentros pensé que mi madre me mataría si llegaba a San Petersburgo y no visitaba el Hermitage, así que propuse colarnos por la salida. Nadie me siguió al principio y yo me metí un poco para ver cómo estaba la cosa. La salida era muy larga y me fui metiendo, metiendo hasta que cuando me vi dentro, no quise arriesgarme a volver a recorrer todo el camino y quedarme fuera. Al final los otros chicos también entraron y las chicas se fueron, porque ya lo conocían, pero no fuimos capaz de encontrarnos y a partir de ahí me quedé solo. Me dio tiempo en poco más de media hora de ver algunos cuadros de Picasso, Van Gogh, etc. es una lástima que no entienda de pintura o que no me acompañase alguien que supiese del tema, como aquella vez que disfruté por primera vez de una exposición de pintura en el museo Thyssen. Lo que más me impresionó a mi fue la majestuosidad de las salas, con parquets distintos en cada sala, salones enormes dominados por arañas enormes bajo las que apetecía ponerse a bailar valses, aunque no sepa, pasillos abiertos que cruzaban un salón a media altura... Como además la gente se estaba yendo y yo iba en sentido contrario, daba la impresión de estar más en un cuento de príncipes y princesas que en la realidad. El billete de vuelta a la realidad me lo proporcionó un poli con mostacho que parecía sacado de la serie Starsky & Hutch, por las patillas rubias, el peinado y el uniforme con pantalones de campana. Vaya imagen de autoridad. Pffff. Y mientras me echaban vi la pieza que más me gustó de lo que había podido visitar: Un trineo biplaza de madera pintada de color dorado. Era el típico trineo de los cuentos de los zares, con sitio para dos personas sentadas una al lado de la otra, tapadas por pieles para no pasar frío mientras recorren los caminos nevados entre los pinos. La parte delantera acababa en dragón siendo matado por San Jorge, también en madera dorada.

Cuando por fin salí, los otros habían desaparecido ya. Con intención de encontrarles me dirigí hacia el Aurora, un barco de guerra de la primera guerra mundial a dónde pensaban ir las niñas y ellos. Estaba bastante lejos, pero decidí ir andando. Al cruzar el puente, me tuve que meter por un paseo ancho, pero sin iluminar, así que se me activaron los sistemas de vigilancia inherentes a cualquier persona que habite una ciudad, aumentada la sensibilidad a causa de las historias de miedo que nos seguían haciendo tragar. El caso es que a mitad de paseo oigo que se acerca un coche por detrás y que empieza a desacelerar. Me giro y veo un VW Passat familiar con los cristales tintados que poco antes de llegar a mi altura apaga las luces (ya era de noche). Me adelanta y a diez metros se para y se abren las cuatro puertas. Yo me veía ya protagonista del programa de Pako Lobatonski, pero por si acaso me crucé de acera antes de que llegasen a salir. Por suerte no me seguían a mi y se quedaron en su acera haciendo no se qué. Me estaba volviendo paranoico? Sería yo el siguiente "me cago"? Seguí hacia el barco y cuando llegué vi que estaba todo apagado. En una garita con forma de cabina telefónica había un soldado hablando por teléfono. Le hice un gesto y me pidió que me acercase. Me habló en ruso, y yo le pregunté en inglés si estaba abierto aún el barco. Lo consultó por teléfono y me dijo "five dollar". Yo no tenía ningún interés de entrar si no encontraba a mis amigos, así que traté de explicárselo, pero como no me entendía llamó al del barco, que se presentó allí de vestido de marinerito. Mientras tanto habían aparecido otros tres jóvenes con cara de chungos, de callejeros que se pusieron a hablar con el soldado mientras no me quitaban el ojo de encima. El del barco me repitió que por 5 $ podría visitar el barco, pero yo le pregunté si seguía abierto. Había cerrado dos horas antes, así que mis amigos no estarían. Para entonces yo era el centro de un círculo de 70 cms de radio y 5 personas (el marinero, el soldado y los tres callejeros) formaban el perímetro. Le expliqué al marinero que buscaba a mis amigos y que si no estaban allí, me iría a buscarlos a otro sitio en donde habríamos quedado. El muy perro me preguntó astútamente "entonces, estás solo?" "si, pero he quedado aquí al lado con unos amigos" y me salí del círculo para alejarme de allí. Mientras me internaba por el camino por el que había venido me di cuenta de que no sería lo más seguro volverme a meter por el paseo oscuro, así que crucé la acera y quebré para dirigirme hacia otra calle que había en la otra dirección, bastante transitada e iluminada. Mientras cruzaba, me volví y vi que los tres chungos se dirigían hacia el paseo. Que cada uno piense lo que quiera, yo tampoco se lo que pensar...

Al final acabé metiéndome en un tranvía hacia ninguna parte. En el primer cruce con movimiento me bajé y vi que había una parada de metro. Bajo al subterráneo y ZAS! Aparezco al otro lado de la calle. Qué habré hecho mal? Vuelta a empezar, pero esta vez por el otro túnel y ... ZAS, en el otro lado del cruce. Me recorrí los cuatro vértices del cruce varias veces, incapaz de encontrar la entrada al metro. Al final me ayudaron en un centro comercial lleno de tiendas occidentales y me metí en el metro, pero en ahora tocaba saber en qué parada del metro estaba. Claro, lo lees en algún cartel y luego en el plano y ya. Pues qué listín. Con los caracteres en cirílico, no? Opté por la vía rápida: Preguntar. Muy amablemente me ayudaron indicándome mi posición en el mapa. Luego me acordé de esa amable persona y de toda su familia cuando me di cuenta de que me había engañado como a un amarillo chino (esto lo tengo que decir en bajito porque la chica que trabaja a mi derecha es china, pero si se da cuenta, ya la engañare con algo). Pero no pasa nada, los años recorriendo los subsuelos de Madrid en el Metro, alcantarillas y similares fueron preparación suficiente, así que llegué al hotel.

Sólo en el hotel me dije: Te echas una siesta y cuando despiertes estarán los otros de vuelta y listos para salir. Fui al bañito a ponerme a punto y allí la vi, blanca como la nieve... recostada sobre los brillantes azulejos... con un tacto suave y fresco e invitándome a disfrutar de ella durante la siguiente media hora. No tenía nada para taparse, así que fui a la habitación de Gaby y le pedí el tapón de su bañera y me di un baño de película. Hay que decir que desde que estoy en Finlandia no he visto ni una bañera, así que harto de duchas todos los viernes, digooo... todos los días, no me pude resistir al canto de sirena que provenía de la bañera. Al principio me temí que si me bañaba con ese agua saldría de ella como un Roberto Carlos cantando la canción del Cola Cao, pero no salió muy sucia el agua. Baño, cama.

A la media hora me despertó la alegría y el alboroto de mis amigos que me pusieron al día de sus vivencias. En menos de lo que canta un gallo estábamos pateando las polvorientas calles de San Petersburgo, dispuestos a quemar nuestra última noche hasta el fin. Primer objetivo: Encontrar cena para los 5 españoles hambrientos, el eslovaco, la mexigabri y la polaca. Ella se erigió en la líder momentánea ya que sabía un sitio bueno para cenar. Cuando ya estábamos abriendo la puerta para entrar nos oyó Valerie de Swissair y nos recomendó otro, así que le hicimos caso y seguimos su consejo. El sitio estaba bien, un chaval joven pero educado y cachondo a la vez se encargaba de los clientes acompañado de la guapa camarera que recibía más atención de nosotros que él, claro que se lo merecía. La comida era muy buena y el vino también fue una grata sorpresa y un buen calentador de la noche. Utilizamos la técnica rotatoria, aunque los dos no hispanos no participaron al principio, luego les gustó y se lo pasaron igual de bien. Como la vez anterior, Gabri arrasó, pero nos reímos y nos tocó a todos. Fue una lástima que José no pudiese tocar el órgano electrónico que tenían en el bar, porque mientras lo comentábamos, guardaron el instrumento.

Satisfechos nos decidimos por ir al centro, de nuevo como destino final el Metro Club que nos habían recomendado la primera noche. Cómo vamos? Ya no había transporte público, pero como nos habían obligado a punta de navaja a comprar una botella de vodka y como mientras decidíamos bebíamos unos tragos y mientras bebíamos unos tragos caminábamos, acabamos por llegar al centro a patita. La verdad es que fue un paseo muy bonito. Hacía mucho frío y casi eramos los únicos en las calles, pero con las casas con patio interior a un lado y el canal al otro, se hacía incluso romántico el paseo.

Pero el Metro Club no estaba en el centro. Surgió alguna resistencia a la idea del Metro Club, así que convenimos en buscar un sitio en el centro. Tras varios infructuosos intentos acabamos por hacer una visita relámpago a un bar y ante el evidente fracaso la alternativa de la discoteca volvió a ganar fuerza. Y en este instante comprendí que los 8 indomables estábamos iluminados esa noche por la estrella de la suerte: A la salida del bar-fracaso había un taxi, así que fui a preguntar el precio. Nos pareció excesivo, a paseo el taxi, vamos a la calle gorda a por otros taxis. Taxi o otro bar-fracaso? Discusión. Mientras tanto decidimos hacernos una foto y pedimos a tres chiquillas que venían que nos la tirasen. Hablaban muy bien inglés (tanto que una resultó ser de Boston) y les preguntamos por algún lugar para echarnos unas risas finales. La americana, la rusa y la holandesa nos ofrecieron acompañarlas a un bar, "El mejor bar del mundo", en palabras del entendido José. Si señor. Entrar nos costaba 200 pts (1.5 $), la tercera parte que el famoso Metro Club. Y si no hubiese sido por nuestras tres ángeles de la guarda, no lo hubiésesmos encontrado, ya que había que entrar en un patio interior de unos edificios y no había ninguna indicación visible a la calle. El bar era la bomba: Tres pisos. Piso bajo: Concierto de Rock 'n' Roll en directo. Los rusos bailando como unos campeones, haciendo los coros en inglés etc. Me hizo mucha ilusión ver la viva imagen de mi amigo Antonio, the man, dentro de unos años. En la barra podías pedir bebidas (cervezas a 125 pts (menos de 1 $), pero también comida y los platos no eran moco de pavo. Piso de arriba: Billares, zona de relax, zona de baile con música cañera actual. Ático: Mesas para tomarse algo tranquilamente, con vistas la piso intermedio. Todo esto era una construcción de ladrillo rojo y el humo de los cigarros y la madera de los muebles le daban a todo un ambiente ideal. Parecía un poco un bar de country perdido en algún lugar de Arkansas... Ah! Se me olvidó comentar que Loren Portillín y la Polaka no entraron y se fueron juntos al hotel, así que el grupo quedó reducido a los 6 incombustibles. En el bar ese hubo de todo que puedes encontrar en un bar español e incluso más. Dejamos nuestras chaquetas en una esquina y nos despreocupamos para encontrárnoslas todas al cerrar el bar sin problemas. Nos reímos. Conversamos con rusos, sobre todo Marcos. Bailamos. Estuvimos con nuestras ángeles. Cantamos. Mil detalles que me cuesta recordar y que alargarían hasta el infinito este breve correo (jejejeee). Gabriela y Martin el eslovaco también cayeron y se volvieron al hotel, así que quedamos los 4 fantásticos, aguantando el tipo. El caso es que a las cinco nos echaron del bar, incluso había venido la policía para cerciorarse de que cerraba. Momentos de tensión: José quería irse rápido al hotel, ya que nuestras salvadoras se apuntaban a un bombardeo, pero ante el frío de la calle su voluntad empezaba a resquebrajarse. Marcos no salía porque estaba hablando con una rusa y un ruso y estaba sopesando la posibilidad de equivocarse de bus al día siguiente e ir a parar a Moscú en vez de a Tampere. El policía que cerraba el bar se puso a berrear porque la chica de Boston estaba apoyada en su coche. Al final se solucionó todo, Marcos se vino con nosotros y pasó de los problemas de visado que hubiese tenido de ir a Moscú. La vuelta en taxi fue mejor que cualquier montaña rusa en ese Ford Orion Macarra con cristales tintados. Esquivando los baches a 100 por hora, abriéndose para tomar las curvas a más velocidad, haciendo cambios de marcha de verdadero profesional, ese debería estar con Carlos Sainz y Makkinen y no en las calles de San Petersburgo... En MI habitación del hotel siguió la fiesta. Yo estaba a punto de caer, pero las fuerzas nos dieron para intentar una última perrería: Despertar a Loren y hacerle ir en pijama a donde la americana y la holandesa (la rusa siguió la fiesta en otro lado). Marcos y yo entramos en la habitación de Jose y Loren como sendos gusanos, arrastrándonos por el suelo para no entrar en el campo visual de nuestro pequeño gran amigo. Pues no había manera de despertarlo. Intentamos el pellizco de pie, la sacudida de cama, la llamada de ultratumba: "lohren, looohreeeehhhhnnn, loooohhhhjajajaaaaajaaaa". Claro, nos entraba la risa y así no había ultratumba que llamase. Al final abrió el ojo, pero ni las promesas más increíbles de mujeres ligeras de ropa rebosando de la habitación pudieron conmover su voluntad de hierro y su sueño de marmota. Solidariamente decidí meterme en el sobre yo también, ocupando la cama de José, ya que sobre la mía aún se charlaba, bebía y reía.

El despertar del domingo también tiene historia, pero como es domingo, llegará en la siguiente ocasión.

Jo qué rabia, con este relato no tengo tiempo de contar lo que me pasa aquí, ni para escribir individualmente. Pero pronto...

Ahora me voy a dormir y a soñar con los paseos petersburgueses.

Bonne nuit!

Tobias

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